sábado, 16 de junio de 2018

Canto a la raza…


Carlos Ferreyra Carrasco. 

Asco absoluto lo que sucede en torno a la pelirroja pintada con mole Doña María, singular por varias circunstancias: una, hija de enriquecidísimo cacique pueblerino devenido cacique nacional de la burocracia; dos, eterna aspirante a la gubernatura de Campeche y como corresponde, eterna perdedora; tres, legisladora a fortiori porque, pensémoslo así, no ganaría un voto ni en la cuadra en la que vive.
En femenino es el equivalente al Noroñas, malhablada, oradora con un solo discurso, pero siempre de ataque a las instituciones (indefendibles, por demás), y autora de infinidad de acusaciones sin fundamento e insultos de baja ralea, rufianescos.
Eso sí, admitámoslo, es el más claro ejemplo de lo que significa actualmente un senador (que no de la República porque es el único Senado). Lo que se sabe de la señora es sólo la puntita. Habría que investigar a los bandidos que medran con el dinero de la vanidosamente calificada como Cámara Alta.
Por lo visto y ahora revelado por la digna dama, no existe control alguno, lo que explica la lucha a muerte entre los panistas cuando ocupan la cabeza de la institución. Y por qué el tal Cordero (y no precisamente de Dios, sino de Felipe de Jesús) se aferra con ansias de náufrago al hueso. 
Recuérdese dentro de la tradición de traiciones e infidencias entre panistas, se supo la entrega de 20 millones de pesos a cada uno de los fieles marianos (azul y blanco) seguidores de Felipe y de su corderito –como en el cuento de Margarita, la pastorcita).
Independientemente de que el baile por el dinero de los mexicanos está en su apogeo, resulta increible el justificante de la campechana, quien dice haber usado los fondos sustraídos del Senado, en festivales, homenajes, premios y favores para los trabajadores senatoriales que, admite paladinamente, no cuentan con seguridad social, perciben 3,500 pesos mensuales y ninguna prestación laboral, igual que los que están bajo las órdenes o al servicio de la legisladora.
Muchos de los gastos, comidas, entren ellos, fueron “donados en actos relacionados con mi labor legislativa” en apoyo a caravanas, migrantes y maestros “entre otros”.
En el colmo del cinismo la señora nos entera que con nuestros impuestos mantenemos a una sarta de vagos que han hecho de la protesta social su modus vivendi. Y en esto no metemos a los migrantes, pero sería conveniente que la dama explicara cómo y dónde los atiende.
O sea, entiende que en sus tareas legislativas está la asistencia social, si es que así puede calificarse al apoyo a manifestantes y protestones profesionales. Y que su participación en la emisión de leyes y reglamentos debe limitarse a subir y desde la tribuna lanzar insultos a granel, leperadas al por mayor y buscar el momento estelar de enfrentarse al presidente para, nuevamente, insultarlo.
Quede claro que no intento defender a nadie, ni al mandatario ni a quienes se sientan ofendidos por la señora; se trata de mostrar la baja estofa, el escaso nivel humano y profesional de quienes llegaron a las cámaras para quedarse. Mérito personal o por herencia, como es el caso, no es importante.

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