Carlos Ferreyra Carrasco.
Este 10 de mayo, en el que todos quieren convencerse de que su madre fue mejor que las del resto de los seres vivientes, es un día que ofrece malas noticias para muchos más de los que nos imaginamos.
Veamos: los vendedores de ollas y utensilios de cocina han visto descender su comercio en forma fatal. Sucede que las feministas han logrado que los hijos amorosos nos veamos impedidos para regalarle a mamá una buena cazuela de barro para que nos prepare ese mole que tanto nos gusta, y que durante décadas saboreamos en fechas tan significativas como la presente.
Tampoco nos permiten, no es bien apreciado, que les obsequiemos moles y salsas. De hecho, nos han obligado a cambiar usos y dejar de lado la fiesta que armábamos mientras nos deleitábamos con cada cucharada de los guisos que preparaba la jefa con tan amoroso gusto.
Los hijos más conscientes llegábamos al extremo de ahorrar para comprarle una lavadora. Porque con eso de que los hombres en la cocina “huelen a caca de gallina”, decían mis dos abuelas nos impedía colaborar con el desgrase de platos embarrados de toda suerte de aceites y mantecas.
Estoy seguro, como lo estarán los momios de mi generación, que la madre de cada uno se desvivía por complacer a sus hijos, dejaba media vida en el empeño. Nosotros lo celebrábamos elogiando sin recato cada guiso, cada bocado.
En realidad no son las madres las que celebran, sino los centros comerciales atiborrados por gente que compra cualquier cosa y a la que basta una simple mirada para saber cuánto hace que no visita a su progenitora. Según el precio es el tamaño de la culpa, lo que hace felices a los comerciantes, que exponen toda suerte de artículos pensando que las madres mexicanas son rubias, jóvenes, muy ejercitadas… en fin que son como las que aparecen en sus propios catálogos.
Y veamos otra cara de la información de hoy: los legisladores federales, honestos y cuidadosos de formas, buscan cómo condenar y desaforar a la diputada que visitó al Chapo en la cárcel. Desde luego tomarán una decisión ejemplar, para que generaciones futuras sean más cuidadosas y asuman que se vive en un país de leyes, de derechos sí, pero también de responsabilidades y obligaciones.
Bien por ellos que voltean al piso cuando alguien menciona otra de las visitas del Chapo. Y no es que evadan la mirada por vergüenza –que no la tienen—sino porque esperan que el asunto no les reviente en las manos.
Un corchetito: dice la voz pública que el cargo como diputado dura tres años, muy redituables, pero que la vergüenza dura toda la vida.
La “Queit”, cuya devoción por el delincuente se encargó al exaltar sus imaginarias virtudes, festina en redes y declaraciones a la agencia gringa AP, que el criminal sea enviado a Estados Unidos. Lo ve, al fin yanqui todo es utilitario, como un inmejorable cierre para su película, la que hará sobre la vida del sinaloense y cuyos derechos asegura que están en su poder.
El mejor final de su película sería si al asesino lo fríen en la silla eléctrica, cosa imposible porque si hay ese riesgo las leyes mexicanas impedirían la extradición. No pueden imponerle mayor pena que las que establezcan nuestras leyes. Pero eso no lo sabe la Queit (o kate en mexicano) que seguramente está orando porque todo se acelere y así poder seguir con sus planes.
El Chapo, que sabe cuánto dinero le costó la niña pocha, debe estar eufórico al saber que su desgracia será la fortuna de aquella a la que consideró su reina, la que daría comienzo a su leyenda. Pero la vida nos da sorpresas, dice la canción y en este caso ninguna grata.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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